miércoles, 23 de abril de 2014

PEDERASTIA EN LA IGLESIA CATÓLICA.


En este libro, los abusos sexuales a menores, cometidos por el clero o por cualquier otro, son tratados como "delitos", no como "pecados", ya que en todos los ordenamientos jurídicos democráticos del mundo se tipifican como un delito penal las conductas sexuales con menores a las que nos vamos a referir. 
Y comete también un delito todo aquel que, de forma consciente y activa, encubre u ordena encubrir esos comportamientos deplorables. 

Usar como objeto sexual a un menor, ya sea mediante la violencia, el engaño, la astucia o la seducción, supone, ante todo y por encima de cualquier otra opinión, un delito. Y si bien es cierto que, además, el hecho puede verse como un "pecado" -según el término católico-, jamás puede ser lícito, ni honesto, ni admisible abordarlo sólo como un "pecado" al tiempo que se ignora conscientemente su naturaleza básica de delito, tal como hace la Iglesia católica, tanto desde el ordenamiento jurídico interno que le es propio, como desde la praxis cotidiana de sus prelados.


La existencia de una cifra enorme de abusos sexuales sobre menores dentro de la Iglesia católica es ya un hecho innegable, que no es puntual, ni esporádico, ni aislado, ni está bajo control, antes al contrario. 
Tampoco es, ni mucho menos, producto de una campaña emprendida contra la Iglesia por oscuros intereses. Los mayores enemigos de la Iglesia, mejor dicho, del mensaje evangélico que dicen representar, no deben buscarse en el exterior, basta y sobra con los muchos que existen entre su clero más granado. 

La pérdida de creyentes y de credibilidad tan enorme que está afectando a la Iglesia católica, desde hace algo más de un siglo, no obedece tanto a la secularización de la sociedad como a los gravísimos errores de una institución que ha perdido pie en el mundo real.


El cardenal James Stafford, miembro de la curia vaticana, cuando en abril de 2002 acudió a Roma para debatir el escándalo de la pedofilia en Estados Unidos junto al Papa y al resto de cardenales norteamericanos, fue claro al afirmar que "la Iglesia pagará muy caros estos errores -según publicó La Reppublica- (...) Ha sido una tragedia, pero tenemos la obligación de reaccionar y de ayudar por todos los medios a las víctimas".


Sin embargo, la reacción que llevó a la Iglesia católica norteamericana a plantearse en serio un problema que ella misma ya se había diagnosticado como grave más de una década antes, no fue el interés por ayudar a las víctimas, sino el interés por evitar una bancarrota económica que ya era evidente en buena parte de las diócesis del país y que, de rebote, afectaba a las siempre necesitadas arcas vaticanas, que veían peligrar las aportaciones de su principal contribuyente. 

La alarma, en el Vaticano, se disparó por el dinero pagado en indemnizaciones a las víctimas de los delitos sexuales del clero, pero durante décadas nadie se inmutó ante el grave daño que sabían se le estaba causado a cientos de menores de edad.


(Fuente: © Rodríguez, P. (2002). Pederastia en la Iglesia católica. Barcelona: © Ediciones B.

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