viernes, 2 de mayo de 2014

EL ORIGEN DE LA BIBLIA.


Unas pocas familias errantes, pobres, miserables, sin educación, artes ni oficios ni poder; descendientes de los que habían sido esclavos por cuatrocientos años; tan ignorantes como los habitantes del África Central, acababan de escapar de sus amos al desierto de Sinaí. Su jefe era Moisés, hombre que había sido criado en la familia del Faraón y que había aprendido las leyes y la mitología de Egipto. A fin de controlar a sus secuaces, pretendía estar guiado y ayudado por Jehová, el dios de tales errabundos. Todo lo que sucedía se atribuía a la intervención de ese dios. Moisés declaró que se encontraba con ese dios cara a cara; que en la cima del Sinaí había recibido las planchas de piedra en que habían sido escritos por el dedo de ese dios los Diez Mandamientos, y que en adición a ellos, Jehová había dado a conocer los sacrificios y ceremonias que le agradaban, y las leyes por las cuales el pueblo debería ser gobernado. De este modo se establecieron la religión judía y el Código Mosaico.
Ahora se afirma que esta religión y estas leyes fueron y son reveladas y establecidas para toda la humanidad. En aquel tiempo, esos errabundos no comerciaban con otras naciones, no tenían lenguaje escrito, no sabían leer ni escribir. No tenían medios de dar a conocer esta revelación a otras naciones, y por ello permaneció enterrada en la jerga de unas pocas tribus desconocidas, ignorantes y paupérrimas, durante más de dos mil años. Muchos siglos después de que Moisés, el cabecilla, había muerto; muchos siglos después de que todos sus seguidores habían fallecido, se escribió el Pentateuco, obra de muchos escritores, y para darle fuerza y autoridad, se formuló la pretensión de que Moisés había sido el autor.
Ahora sabemos que el Pentateuco no fue escrito por Moisés. Se mencionan poblaciones que no existían cuando Moisés vivía. Se menciona dinero no acuñado hasta siglos después de su muerte. Y así, muchas de las leyes no eran aplicables a vagabundos del desierto; leyes sobre agricultura, sobre el sacrificio de bueyes, carneros y palomas, acerca de la tejeduría de telas, acerca de ornamentos de oro y plata, acerca del cultivo de la tierra, acerca de cosechas, del trillado de cereales, acerca de casas y templos, acerca de ciudades de refugio y de muchas otras cosas de imposible aplicación a unos pocos hambrientos que vagaban sobre arenas y rocas. No solamente admiten ahora los teólogos inteligentes y honrados que Moisés no fue el autor del Pentateuco, sino también que nadie sabe quiénes fueron los autores, o quién escribió uno solo de estos libros, o un capítulo, o un renglón. Sabemos que no se escribieron en una misma generación; que no fueron escritos por una sola persona; que están llenos de errores y contradicciones. Se admite también que Josué no escribió el libro que lleva su nombre, porque refiere sucesos que no acontecieron hasta mucho tiempo después de su muerte.
Nadie sabe, ni pretende saber, quién fue el autor de Jueces. Todo lo que sabemos es que se escribió siglos después de que los jueces habían dejado de existir. Nadie conoce el autor de Ruth, ni del Primero y Segundo de Samuel; todo lo que sabemos es que Samuel no escribió los libros que llevan su nombre. Nadie conoce el autor de los libros Primero y Segundo de Reyes, y el Segundo de Crónicas; todo lo que sabemos es que son libros carentes de todo valor. Sabemos que los Salmos no fueron escritos por David. En los Salmos se habla del Cautiverio, y eso no tuvo lugar sino hasta unos quinientos años después de que David "durmió con sus padres." Sabemos que Salomón no escribió los proverbios ni el Cantar de los Cantares; que Isaías no escribió el libro que lleva su nombre; que nadie sabe el autor de Job, Eclesiastés, o Esther, o de ningún otro libro del Antiguo Testamento.
Sabemos que Dios no se menciona en ninguna forma en el libro de Esther. Sabemos también que el libro es cruel, absurdo e inverosímil. Dios no se menciona en el Cantar de Salomón, el mejor libro del Antiguo Testamento. Sabemos que Eclesiastés fue escrito por un incrédulo. Sabemos también que los judíos mismos no habían decidido hasta el siglo segundo después de Cristo cuáles libros eran inspirados o auténticos. Sabemos que la idea de una inspiración fue creciendo lentamente, y que la inspiración fue determinada por individuos que tenían ciertos objetivos que alcanzar.

Robert G. Ingersoll, fragmento de su obra “Acerca de la Sagrada Biblia”.

-Pablo-

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