jueves, 10 de abril de 2014

EL SENDERO DEL SERVILISMO.


Cuando en el siglo XVI surgen las primeras escuelas cristianas públicas en Europa, se enseñaba que el temor es un requisito para recibir el amor de Dios; o bien, que la única manera de ser amado por Dios es, primeramente, evitar ofenderlo de cualquier manera. En palabras de José de Calasanz: (1)
“No se puede admitir nada que sea ofensa deliberada al Señor”.
Esta forma de pensar influyó en la educación occidental hasta principios del siglo XX, cuando los criterios educativos dieron lugar a nuevas visiones y se comenzó a fomentar la vocación de aprendizaje por sobre la disciplina férrea. Sin embargo, la noción del humano sumiso y dependiente no se ha perdido. Aún existen ámbitos donde el servilismo y el temor son considerados el camino hacia la salvación.
No es raro escuchar a pastores cristianos amenazar abiertamente a sus fieles con las consecuencias de un accionar “desordenado”. Esto, tristemente, suele ser el lazo que ata a muchos creyentes con su culto. Incluso es habitual que tales amenazas constituyan el argumento de sujetos que gustan de proyectar estas ideas en su círculo social, siendo el ámbito familiar el más afectado. Estos individuos han asimilado el discurso doctrinario al que han sido expuestos e intentan proyectarlo en su entorno. De hecho, gran parte del discurso cristiano está orientado a recordar a los fieles la culpabilidad que deben experimentar en presencia de Dios, tal como si debiesen sentirse en deuda por su imperfección y rendir pleitesía a una entidad misericordiosa que les permite existir siendo tan insignificantes como para ni siquiera merecerlo.
La idea de que el temor a los castigos de Dios y la culpa son virtudes que ayudan a la salvación, sigue casi tan vigente hoy como en los inicios del cristianismo. Pareciera que los fieles se reconocen tan temerosos de ofender a Dios como de satisfacer instintos y deseos que suelen atribuir a supuestas fuerzas del mal. De hecho, la Biblia misma nos dice que la humanidad debe someterse a Dios o al diablo, que no hay otra alternativa. Según esta idea, nuestra especie está condenada a la servidumbre y al miedo, no tiene escapatoria. Pero esto es falso; las expectativas del género humano van más allá del simple temor irracional. Somos artífices de nuestro destino, no las marionetas inertes de tiranos celestiales cuya existencia no nos consta.
El temor a lo desconocido, que dio origen a la idea de los dioses en la antigüedad, suele mutar en formas aparentemente benignas, como es el caso de los sistemas religiosos y su “mensaje de amor”. Incluso podemos decir que, no pocas veces, este temor llega a convertirse en dañino para el entorno afectivo y para quien lo padece. Lo cierto es que el cristianismo, con su retórica de castigos infernales y moralidad condicionada por la filiación ideológica, no nos presenta un mensaje de amor y fraternidad, más bien nos hunde en la mediocridad, nos arrebata las ansias de ser libres y nos guía por el sendero de la autodestrucción y el conformismo.
1. José de Calasanz (1557 - 1648) fue un sacerdote y pedagogo español, fundador de la primera escuela cristiana popular en Europa.
Fotografía de la publicación: Instante en que el Papa Francisco se tiende en el piso ante miles de personas que se dieron cita en el Vaticano durante la Liturgia del Viernes Santo en 2013.
-Pablo-

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